lunes, 19 de mayo de 2008

Pandilleras


Pandilleras
Mujeres que imponen miedo
"Nada ha cambiado en la mujer, solo ha extendido su poder a la calle". (Abel Desestress)
CIUDAD DE MÉXICO.- Jessica Azaro Montoya estaba sentada sobre colchonetas viejas esperando a que pasara el siguiente tren que la llevaría hasta el norte de México. Como ella muchos inmigrantes provenientes de Guatemala y El Salvador cruzan México a bordo de trenes de carga con la meta de llegar a la frontera con Estados Unidos.

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La historia de Jessica

Esta salvadoreña llevaba 20 días viajando a través del sureste mexicano buscando la forma de encontrar a su madre en Los Ángeles. Detrás dejó a sus dos pequeños: Eric de 6 años y Antonio de 4.

Jessica lucía cansada, anhelante de llegar al borde de México y cruzarlo para estar a salvo. En El Salvador corría mucho peligro y tuvo que tomar una mañana la decisión de huir a un país ajeno en busca de una madre que a los 13 años la había abandonado.

Lo último que recuerda de su mamá es que había salido al mercado con poco dinero en la bolsa a comprar algo para darle de comer a sus cuatro hijas. Jessica no la volvió a ver. Después de muchos años recibió una carta procedente de Los Ángeles en donde su madre la invitaba a irse con ella a trabajar para vivir.

Lo pensó durante varios días. Llevaba más de 10 años dentro de una de las pandillas más violentas de Centroamérica y Estados Unidos: la Mara Salvatrucha, y no sabía cómo vivir lejos de los delitos y el peligro.

Según un estudio publicado por la embajada de Suecia en Guatemala, el 40 por ciento de los miembros de las pandillas juveniles en El Salvador, Guatemala y Honduras son mujeres. Ewa Werner, Embajadora de Suecia en Guatemala y colaboradora en este estudio, dice que la participación de las mujeres en la Mara alcanza niveles impresionantes, de hecho hay células 'mareras' formadas sólo por mujeres.

Lágrimas negras

En el suave rostro de Jessica se dibujan tres lágrimas de negro. Cada una representa a alguien que en sus manos murió, a causa de ellas, sobre ellas. No es fácil hablar de las personas a las que mató, sólo dice que una de ellas era su mejor amiga.

"Me buscó un jefe y me pidió que matara a mi amiga porque lo había engañado con otro. Él había vivido mucho tiempo con ella. Al principio le dije que no y hasta hablé con mi marido, pero después me dijeron que no me podía echar para atrás porque era una orden de arriba, era una orden de jefe de clica y entonces la matamos y la enterramos en el patio de la casa", comenta Azaro.

Las pandillas, en las que se enlistan niños de hasta ocho años de edad, representan un núcleo estable que puede asemejar a una familia. "Normalmente son niños que provienen de hogares desintegrados, las pandillas son para ellos un hogar que les provee dinero, comida y atención", comenta David Ordaz, criminólogo especialista del Instituto Nacional de Ciencias Penales.

Así es como poco a poco las pandillas se conforman. Niños y niñas que buscan protección y cariño recurren a las pandillas de sus barrios, barrios convulsionados por la política crítica de sus países que los empuja a tratar de huir o quedarse para sobrevivir.

"Cuando mi mamá nos dejó a mi papá le dio por tomar. En la noche nos pegaba a mis hermanas y a mi, nos maltrató y a mi me lanzó a la calle. Yo tenía 13 años", dice Jessica. Ella, como la mayoría de las mujeres que entran en una pandilla, buscó protección, respeto y resguardo.

"Casi el 100 por ciento de las mujeres que entran a las pandillas, las llamadas jainas, entran después de ser violadas por sus padres, hermanos o padrastros, buscan protección, alejarse de los hogares donde son violadas y maltratadas", explica Marco Lara Klahr, periodista e investigador, escritor de "Hoy te toca la muerte, el mundo de la Mara visto desde adentro".

En los últimos 20 años, cada vez más mujeres latinoamericanas han logrado ocupar nuevos espacios y triunfar en ellos. Lo mismo son empresarias que académicas, abogadas, políticas e incluso líderes de pandillas.

Y es que para la mujer, entrar a una pandilla implica romper el estereotipo de la sumisión. "Las cosas se miden por el tamaño del respeto", comenta Jessica.

Ella consiguió escalar en la jerarquía de su pandilla hasta los niveles más altos. Era pareja de un "big palabra" (líder de clica o célula) y tenía gran autoridad. "Cuando yo inicié, la Mara no estaba aún en El Salvador, fui una de las fundadoras de la zona en donde yo vivía, entonces prácticamente ejercí el control igual que un hombre, un respeto de admirarse pues", explica.

Pero el caso de Azaro no es común. Marco Lara explica que las mujeres en las pandillas de origen cholo como la Mara o la Barrio 18 vive a la sombra de sus líderes, y aunque las parejas de los cabecillas tienen mucha influencia en sus decisiones, reconocer oficialmente su poder sería un rasgo de debilidad.

Las pandillas son núcleos machistas, en donde los hombres buscan posesión, respeto y dominio, características que en los últimos años busca la mujer. La igualdad de género ha llegado hasta casos concretos en donde una fémina asesina para tener en sus manos el liderazgo de una pandilla.

"Las mujeres pueden ser igual o más violentas que los hombres, en determinados casos llegan a ser más crueles", dice David Ordaz.

"Enfrentarse a los ritos de iniciación, 'brincarse el barrio' como se dice (golpizas, violaciones, asesinatos), hace de las mujeres seres más complejos, más duros en una pandilla", cuenta Marco Lara.

La búsqueda del respeto, de pertenecer a un grupo que la proteja, ha llevado a la mujer a penetrar en las fracturas sociales que dan como resultado a las pandillas. Es un método de supervivencia. Niñas que aprenden a ser mujeres en uno de los caminos más ásperos, en donde matar, secuestrar, delinquir significa seguir viva, aunque sea por otro rato.

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