miércoles, 18 de marzo de 2009

"Las cosas que se aman nunca se olvidan, aun que ya no estén entre nosotros" (Abel Desestress)

Foto. Rosa Abril
Soy admirador de la belleza
que Dios regó por la tierra.
Soy admirador de la mujer,
dama de belleza plena, interna y externa

Mujer niña, mujer joven, madura o anciana,
simplemente mujer.
Y pudiera con mis limitantes
señalar en cada una de ellas,
el esplendor que Dios depositó
en la abuela o la doncella.
Porque en cada una, grande o pequeña
encuentro el brillar de las estrellas.

Mujer niña soñando ser mujer,
aprieta su muñeca y la acuna desmedida,
la alimenta, la baña y en su inocencia
le da vida sin saber, que ser madre
es preñarse de dolores, desilusiones y fatigas.

Mujer joven, constructora
de castillos en el aire, soñadora,
con un príncipe azul en la repisa de su vida,
esperándole.
Y ella complacida le hace versos de amor
donde le entrega su vida.

Mujer madura, que se entrega
cual fruta prohibida porque aquel
al cual ama y quien dice que le ama
se encuentra hambriento de lujuria.
Y lo hace con placer, lo da todo
y no se queda con nada.
Para darse cuenta pronto
que la ofrenda ha caído en saco roto.

Y ya anciana, cual niña, solo espera
lo que le quieran ofrecer.
Y se conforma con eso, con una caricia,
con una sonrisa, con una palabra,
con una visita que mitigue
su devastadora soledad.

Pero en cada etapa yo sigo viendo belleza,
y le escribiré prosas, y canciones y versos
y ensayos, odas y sonetos.

Pero escúchenme bien,
cuando se trata de amar,
soy hombre de una sola mujer
y aunque hoy no tiene nombre,
Cuando la encuentre, le entregaré mis letras
y con ellas, todo mi ser.
(Anonimo)

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